Homenaje a Diego Bonilla
Celebramos el aniversario número 126 del natalicio del destacado músico, pedagogo y promotor cultural cubano
por Javier Rodríguez Calero
Diego José Luciano Bonilla Quesada, conocido sencillamente como Diego Bonilla, fue uno de los instrumentistas cubanos más destacados del siglo XX dentro del campo de la música profesional de concierto. Desde muy joven aprendió a dominar varios instrumentos de viento como la flauta, el clarinete, el flautín y muy especialmente el oboe. Sin embargo, sería con el violín donde encontraría su máxima realización como artista, alcanzando un nivel de dominio impresionante. Como destacado exponente del arco y las cuerdas realizó numerosas presentaciones en su tierra y el resto del mundo, siempre conquistando el beneplácito del público y la crítica especializada.
Otro de los campos donde también dejaría una huella importante sería en la enseñanza, faceta que inició desde muy joven cuando impartió las clases de violín en el Conservatorio Nacional de Música Hubert de Blanck en sustitución de su maestro enfermo Juan Torroella. No obstante, esta vocación se manifestaría profesionalmente desde 1931 cuando Bonilla, ya en plena madurez, obtuvo el cargo de profesor de la Clase Superior de violín en el Conservatorio Municipal de Música de La Habana. En años posteriores y ya superados los diversos obstáculos derivados de la inestabilidad política que sufría el país por aquel entonces, fue seleccionado para el puesto de Subdirector de la propia institución.
En 1938 tuvo que sustituir en las funciones de director a Amadeo Roldán, quien se encontraba en un delicado estado de salud. La nueva etapa halló a un Diego Bonilla deseoso de preservar el prestigio alcanzado por el centro bajo la gestión de Roldán, pero al mismo tiempo de expandir sus posibilidades. Fue así que propuso reformas y proyectos que buscaban dotar al sistema de enseñanza y la vida del conservatorio de mayor dinamismo y actualización. Lo logró con creces, y en el artículo “Diego Bonilla” publicado en la Revista Clave por la Dra. Clara Díaz, podemos conocer estos aportes de forma detallada.
Hoy, 18 de enero del 2024, se celebra el aniversario número 126 del natalicio de esta destacada figura, lamentablemente no tan recordada como se debería. Nuestro interés es rendirle un sencillo homenaje que no se detiene en este brevísimo acercamiento a su vida, sino que busca compartir con todos nuestros lectores ejemplos que forman parte de las colecciones del Museo Nacional de la Música vinculados a su persona. Aunque en esta ocasión solo nos estaremos refiriendo a dos obras visuales, es preciso decir que el Museo cuenta además con dos violines que pertenecieron al músico y un fondo personal con variada información documental.
La primera pieza es un dibujo donde se retrata a Diego Bonilla de busto, ligeramente ladeado. Está realizado a lápiz sobre cartulina y las líneas son las protagonistas. Llama la atención el nivel de realismo alcanzado por el autor, lamentablemente desconocido hasta la fecha. Las variaciones en la intensidad del trazo logran crear una sensación volumétrica eficaz, sobre todo en el rostro del protagonista. Un ejemplo que lo evidencia perfectamente es la transición de la frente hacia la sien, donde el blanco va cediendo ante valores mucho más oscuros. Sobresale el contraste de detalles entre la parte superior e inferior de la composición. A diferencia de la cabeza de Bonilla, profusamente trabajada, el traje básicamente se insinúa mediante siluetas. Esta característica nos demuestra que la obra corresponde a un boceto. Dentro de la expresividad contenida de la figura representada, la profundidad de la mirada es uno de los elementos que más destacan.
Como segunda y última pieza tenemos una escultura, también de busto, donde se capta la anatomía de Bonilla. La obra pertenece nada más y nada menos que al matancero Juan José Sicre, uno de los pioneros de la vanguardia escultórica cubana y autor del emblemático monumento a José Martí ubicado en la Plaza de la Revolución. Este busto data de 1923 y se deriva de un período donde Sicre y Bonilla debieron coincidir en Europa, pues ambos se hallaban cursando sus respectivas becas de estudio en Madrid desde 1921. Está tallado en piedra y a pesar de tener una gran similitud con el boceto anterior, los rasgos faciales son mucho más estilizados. Visualmente resaltan la frente amplia del violinista y su ondulado cabello, este último dotado de una sensación de movimiento que se contrapone a la pulcra serenidad del rostro.
Llegamos así al final de nuestro pequeño homenaje. Deseamos que la divulgación de ambas obras, verdaderas extensiones materiales de este destacado músico y pedagogo, sirva no solo para recordar a Diego Bonilla, sino también para despertar la curiosidad de conocer más acerca de su vida. Si se logra, entonces ya sabremos que el violín no está desafinando.
Bibliografía
AA.VV. (2006). Catálogo de Arte Cubano. Museo Nacional de Bellas Artes.
Díaz, C. (2002). Diego Bonilla. Clave(2), 21–25.
Giro, R. (2007). Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba (Tomo 1). La Habana: Letras Cubanas.