Los pedantes en la música
La vigencia de los textos de Joaquín Nin publicados en la revista Musicalia nos acercan a problemáticas históricas que todavía hoy afectan el ámbito musical cubano
He recibido, refiriéndome al último artículo mío publicado en Musicalia, una muy amable carta rogándome una aclaración sobre el concepto del “pedante” en la Música… y de eso voy a tratar hoy.
Decía La Fontaine que en el mundo de la pedagogía había algo peor que un mal alumno, y ese “algo peor” era el pedante. El pedante suele ser un señor que traga la erudición a chorros, pero que no la digiere. De uno de sus “tipos de comedia”, decía Molière que “tenía todo el oscuro saber del pedante”. Pedante es también el individuo que, gracias a su memoria, vive de citas y de sesudos preceptos, de los cuales extracta lo que le conviene para satisfacer su propia e inútil vanidad.
Indudablemente, hay individuos que parecen haber nacido bajo el signo y la estrella del pedantismo; discurren como pedantes, actúan como pedantes, y viven y mueren como pedantes. Si el pedantismo es la “ciencia” de la apariencia basada en la erudición, es también y casi siempre, una sofisticación del saber. En cuanto a la infiltración del pedantismo en los puros y radiantes vergeles de la Música, es un triste dolor… cuando no es una ofensa, un agravio o una mácula.
Un primero y característico ejemplo: la Música, dijo Beethoven, es una revelación superior a toda ciencia y a toda filosofía. Pero Tolstoi —que en este aspecto se produjo como pedante— dijo irreverentemente que la “Novena Sinfonía” pertenecía al arte simplemente malo. Y como si fuera necesario remachar el clavo, añadió: “de Bach, de Haydn y de Mozart, sólo quedan ya una docena de pasajes escogidos”. ¡Sólo una docena!... Cabe añadir que, en el sorprendente concepto de Tolstoi, Wagner era el perfecto modelo del falsificador artístico. Tolstoi pensó, en estos casos, como un perfecto e incorregible pedante.
Herbert Spencer, a su vez pedante ocasional, al definir la Música dice que es la creación de una época civilizada… así, a secas. Ni una z más ni una menos…
Juan Jacobo Rousseau, filósofo trascendental, pero músico mediocre, y, por consiguiente, pedante en sus malos ratos, define así el inmenso misterio de la Música: “es el arte de combinar los sonidos en forma agradable”. En el siglo XVIII, la escolástica francesa definía así la música; definición absurda entre todas. Basta, para demostrarlo, aplicar esta misma definición a la Pintura, por ejemplo. La Pintura, en este caso, sería “el arte de ordenar los colores de un modo agradable a la vista”.
Para el “dúo” de estetas asociados Bourgués y Déréneaz, la Música, sucesión y simultaneidad de sensaciones sonoras, es una dinamogenia… y para usted de contar… A ese agrio hálito de pedantismo, prefiero aquellas bárbaras y a la vez sibilinas palabras de Teófilo Gautier: “dicen que la música es una bella cosa; no lo crean ustedes; es un simple rumor que por ahí circula” …
Una de las razones que justifican la actitud hostil del músico ante el doctrinarismo de matiz pedantesco, reside en que los pedantes no consiguen ponerse de acuerdo. Y ocurre este singular fenómeno: el pedante no concibe el hecho musical más que a través del dogma escolástico, cuando es sabido que el músico “realmente músico”, prescinde del dogma para sus construcciones sonoras. Aparte de que el músico compositor es poco dado a logomaquias y a retorcidos. Voy a citar un caso característico: platicaba un día con Ravel, cuando, no sé por qué razones, hube de citar un caso de estética común, y solicitar su parecer. Ravel, atónito, me miró asustado, y como yo insistiera, contestó: “nunca fui más allá de la música, y me bastó” … Más tarde Ravel dijo: “cuanto yo siento y pienso, lo pienso y lo siento en Música, y nada más que en Música. Lo demás no me interesa”.
Volvamos a nuestros pedantes: Juan Huré —un excelentísimo crítico y músico francés— escribió en 1899 una Carta Magna sobre la Educación Musical, en la que preconizaba que la enseñanza de la Música siguiera, paso a paso, la misma marcha que había seguido a través de los tiempos y de la historia. Juan Huré, desde luego, fue tratado de loco y de ignorante por los pedantes. Era de esperar. Más, poco después, aquella suma autoridad pedagógica que fue Vicente d’ Indy, hizo de la enseñanza histórico-cronológica, su signo y su bandera. Casi al mismo tiempo, el Gran Pontífice de la Fuga en Francia, Andrés Gedalge, declaraba fría y estoicamente, que el estudio de la Fuga no servía, en realidad, más que para los que deseaban graduarse. Andrés Gedalge se cansaba de repetir que los grandes maestros no habían observado los preceptos escolásticos… a pesar de los pedantes. Criterio parecido sostenía Gevaert, director del Conservatorio de Bruselas. ¿Cuántas veces se ha dicho que Schumann y Chopin ignoraban las reglas armónicas y contrapuntísticas?...
Vamos más lejos: existe un proceso eclesiástico —debidamente archivado— según el cual se acusa a Juan Sebastián Bach de introducir en sus improvisaciones acordes incompatibles con las leyes armónicas. ¡Qué dirían esos infelices pedantes si supieran que son, muy pocas, las fugas de Bach conformes a la escolástica pura! Pero Bach devolvió a la Fuga, a pesar de sus travesuras —y quizás, gracias a esas augustas rebeldías— el prestigio que le habían quitado los pedantes de su época, salvando así un inmenso, un regio patrimonio imperecedero.
También, según los pedantes de la época, Mozart era incorrecto, oscuro e ignorante de los principios escolásticos… Asimismo, Beethoven fue considerado en su tiempo como un excéntrico que violaba los cánones tradicionales. Los pedantes de su época creían, firmemente, que Beethoven era un perturbado, un incoherente, un ignorante de las leyes más elementales de la Forma, e incapaz de escribir correctamente una obra seria… Pedantes eran los que no concedían a Juan Felipe Rameau, gloria excelsa de Francia, la más ínfima inspiración. Pedantes eran los que tildaban a Gluck de antimelódico, y a Piccini de incoloro. También eran pedantes los que trataban a Weber de vacuo y oscuro, y a Berlioz de “desvergonzado excéntrico”.
Según los pedantes de su tiempo, Wagner ignoraba la forma y la lógica. Un crítico inglés, Lord Mount Edgaumbe, decía que la música de Rossini era compleja e ininteligible. (!) De Berlioz decía el famoso crítico Scudo, que era el compositor menos provisto de ideas que pudiera haber. Y Fétis —que tenía sus arranques de pedante— añadía que “lo que hacía el señor Berlioz no tenía nada que ver con el arte”.
El tiempo no pasa en balde. El paralelismo de las “quintas” y de las “cuartas”, considerado como atentado al pudor de la armonía, fue refrendado, entre otros, por Saint-Saëns, el más conservador de los maestros franceses. Al tritono, en la Edad Media, se le llamaba el “diabolus in musica”. El tritono simultáneo o “plaqué”, tiene hoy un amplio lugar en la armonía moderna.
No hace mucho, Mazzucato condensó en cinco principios las leyes tonales de la Música. La exposición de su sistema era lógica. Pero Mazzucato mismo, después de sentados sus principios, dijo que podía violarse cuantas veces fuera oportuno, puesto que la Música era, ante todo, un lenguaje, y, por consiguiente, debe elegirse los vocablos según el sentimiento que tienen que expresar. Hoy puede decirse que los acordes se independizan de las leyes de atracción, para pasar a un plano superior. Ya no son peones sobre un tablero: son entidades o elementos independientes.
La disonancia de ayer, aislada, tiene hoy un significado ético propio. La armonía se hace más dúctil, más humana. Las leyes de atracción sonora obedecen a nuevos dictados. Las preparaciones y resoluciones armónicas se independizan y toman un sentido poco menos que diametralmente opuesto al de ayer. Lo mismo ocurre con el contrapunto, con la misma oportunidad y por razones similares.
En el estreno de “Pélléas y Mélisande”, de Debussy, una hilaridad apenas contenida acompañó toda la presentación. La crítica de los pedantes fue implacable, acerba, sangrienta casi. Hoy, “Pélléas y Mélisande” es una obra clásica. Los pedantes de las críticas, derramaron, años después, grandes lágrimas de arrepentimiento. Los cocodrilos llegaron tarde. Lo mismo ocurrió con “Ariana y Barba Azul”, de Dukas, en las mismas condiciones… Los pedantes son eternos.
Todos conocen la forma musical llamada “Tema y Variaciones” o “Variaciones sobre un tema”. La tradición, sostenida por el dogma, requiere que el tema sea expuesto en primer término. Sin embargo, Vincente d’ Indy, rompiendo con la escolástica, procedió a la inversa. Es decir, que el tema de Istar —título de la obra y nombre de la heroína— no aparece hasta el final. No fue un capricho de artista: fue un acto de lógica. La heroína de este poema sinfónico se llama, como he dicho, Istar. Vestida de maravillosas galas y cubierta de joyas al comienzo del poema, Istar se despoja, poco a poco, de joyas y vestiduras… hasta alcanzar la más pura desnudez. Entonces, y sólo entonces, aparece el tema esencial de la obra. Absurdo, clamaron los pedantes. Bello y lógico dijo la razón sensible…
Hasta ahora sólo me he referido a la acción inconsiderada de los pedantes acerca de la Música. Pero esta nefasta acción no es un privilegio exclusivo para nosotros los músicos. El pedante es universal. El pedante, o el ciego de alma y espíritu, que viene a ser lo mismo. Bovio niega el genio a Virgilio. Bettinelli niega el genio al Dante. Salviati se lo niega al Tasso. Galileo a Porta, y Gilberto al filósofo Descartes. Ni Voltaire ni Moratín entendieron a Shakespeare, y Don Ventura de la Vega aborrecía al Dante… como es sabido. Luis XIV despreciaba olímpicamente la bella, la firme y sólida pintura flamenca. En cuanto a los lienzos de Teniers, los calificaba de simples mamarrachos.
Todos conocen la magna figura de Goethe, el gran poeta y filosofo alemán. Goethe tardó muchos años en ser comprendido y reverenciado por sus compatriotas. Las mejores inteligencias de Alemania ridiculizaban sus ensayos y sus tentativas. Sus dramas no se representaban. Se rechazaba de plano su teoría de los colores. Nadie se daba cuenta de que aquel hombre era uno de los más grandes que pisaban tierra germana. Pues bien, Nietzsche, otra gran figura, decía que “Goethe no era necesario a los alemanes”. Con la misma saña Nietzsche añade que, en la historia de Alemania Goethe representa un incidente sin consecuencias.
Estas dos perlas de negra hiel, dan una triste idea de lo que el apasionamiento intelectual puede producir en manos de los estetas y de los pedantes. A los músicos nos queda el consuelo de que Nietzsche, hablando de la música, lo hizo casi siempre subido en la cuerda floja del desacierto y del pesimismo. Schiller, al contrario, decía a los poetas jóvenes: “soñad, soñad… y si os equivocáis, no importa. Es el destino del Arte”.
Y este será el destino del mundo, mientras quede en el último corazón del hombre un latido de vida… a pesar de los pedantes.
Publicado en la revista Musicalia. La Habana, no. 4, mayo-junio de 1941, pp 1-5. Disponible en el Archivo y Biblioteca “Odilio Urfé”, del Museo Nacional de la Música.